Tres golpes contra la pared; algunos puñetazos contra su propio cuerpo. Mira sus manos y ve mechones de cabello que segundos antes había sacado por la fuerza de su propio cuero cabelludo. Se acaricia la cabeza, los ojos anegados en lágrimas, mareada y segada, sin embargo sonríe con dificultad por el simple hecho de poder tener un dolor físico que pueda distraerla de aquel vacío emocional que siente tan intenso en su pecho.
"El único remedio" pensó.